Audiencia General 18 octubre 2023. Catequesis

Catequesis. La pasión por la evangelización: el zelo apostólico del creyente. 23. San Carlos de Foucauld, corazón palpitante de caridad en la vida oculta.

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Proseguimos nuestro encuentro con algunos cristianos testigos, ricos de celo en el anuncio del Evangelio. El celo apostólico, el celo por el anuncio: nosotros estamos repasando algunos
cristianos que han sido ejemplo de este celo apostólico. Hoy quisiera hablaros de un hombre que ha hecho de Jesús y de los hermanos más pobres la pasión de su vida. Me refiero a san Carlos de Foucauld el cual, «desde su intensa experiencia de Dios, hizo un camino de transformación hasta sentirse hermano de todos» (Cart. enc. Fratelli tutti, 286).

¿Y cuál ha sido el “secreto” de Carlos de Foucauld, de su vida? Él, después de haber vivido una juventud alejada de Dios, sin creer en nada si no en la búsqueda desordenada del placer, lo confía a un amigo no creyente, al que, después de haberse convertido acogiendo la gracia del perdón de Dios en la Confesión, revela la razón de su vivir. Escribe: «He perdido mi corazón por Jesús de Nazaret»[1][]. El hermano Carlos nos recuerda así que el primer paso para evangelizar es tener a Jesús dentro del corazón, es “perder la cabeza” por Él. Si esto no sucede, difícilmente logramos mostrarlo con la vida. Más bien corremos el riesgo de hablar de nosotros mismos, de nuestro grupo de pertenencia, de una moral o, peor todavía, de un conjunto de reglas, pero no de Jesús, de su amor, de su misericordia. Esto yo lo veo en algún movimiento nuevo que está surgiendo: hablan de su visión de la humanidad, hablan de su espiritualidad y ellos se sienten un camino nuevo… ¿Pero por qué no habláis de Jesús? Hablan de muchas cosas, de organización, de caminos espirituales, pero no saben hablar de Jesús. Creo que hoy sería bonito que cada uno de nosotros se pregunte: Yo, ¿tengo a Jesús en el centro del corazón? ¿He perdido un poco la cabeza por Jesús?


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Por qué Carlos de FOUCAULD se sintió atraído por el Islam. Xavier GUFFLET

Entrevista con Sophie de VILLENEUVE
La CroixAntes de su conversión al cristianismo, Carlos de Foucauld quedó impresionado por la ferviente fe de los musulmanes y su sentido de la hospitalidad. El hermano Xavier Gufflet, pequeño hermano del Evangelio, explica qué atrajo al «hermano universal» al mundo musulmán, donde se integró.

Durante un viaje a Marruecos en 1885, Carlos de FOUCAULD fue seducido por el islam. Como muchos religiosos después de él, admiraba la fe de los musulmanes. ¿Hoy se dejaría seducir por el islam y por los musulmanes?


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La conversión en Carlos de FOUCAULD

DESPUÉS de un año de exploración, Foucauld se encuentra de nuevo en territorio francés el 23 de mayo de 1884. Se queda en Argel. Después de la tensión nerviosa de esos últimos doce meses, se entregó a toda clase de locas diversiones, que luego se reprochará a sí mismo. ¡No es un converso el que regresa de Marruecos! A principios del mes de junio, regresa repentinamente a París, para presentar un primer relato de sus viajes al presidente de la Sociedad Geográfica. Luego fue a Tuquet, en la Gironda cerca de Burdeos, a ver a su tía Moitessier, quien lo recibió como a un hijo pródigo, con severidad pero con amabilidad. En cuanto a las hijas de su tía, sus primas, no eran más que la bondad misma. Después de estos cuatro años de ausencia, redescubre a su familia.


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La segunda llamada. René VOILLAUME

Isla de Saint-Gildas, 17 de marzo de 1957

Aprovecho algunos días de calma en la isla Saint-Gildas para escribiros con alguna extensión antes de Pascua, a fin de comunicaros cierto número de observaciones que se fueron
presentando a mi atención durante estos últimos meses. Se trata de nuestra fidelidad al Señor y a su llamada, tanto en cosas de importancia como en las que no la tienen, tanto en medio del camino ya recorrido dentro de la vida religiosa, como en sus comienzos.

El peligro de la duración, para nosotros, como para toda empresa humana, está en un cierto desgaste del ideal perseguido y del esfuerzo producido para realizarlo, desgaste que nos llevaría a resignarnos frente a una mediocridad dentro de la santidad. Junto con el tiempo y la madurez de los años viene la tentación de un compromiso ante las exigencias sobrenaturales del amor al Señor y las de nuestra personalidad de nombres adultos. Cada año es testigo de la llegada de un mayor número de entre nosotros a esta etapa decisiva de la vida espiritual, etapa en la que debe efectuarse una vez más la elección entre Jesús y el mundo, entro la heroicidad de la caridad y la mediocridad, entre la cruz y un cierto bienestar, entre la santidad y una honrada fidelidad al compromiso religioso. Es a esta misma madurez a la que llega también la comunidad de las Fraternidades. ¿Soy yo el único que sintió este peligro de desabrimiento, y esta angustia ante la grandeza de la obra que Jesús quisiera llevar a cabo a través de sus Hermanitos, al comprobar lo que realmente hacemos respecto a las exigencias de su llamada para seguirle a través del mundo? Me dirijo hoy a los antiguos hermanos profesos más bien que a los novicios o jóvenes profesos, aunque para estos últimos sea también una ganancia examinar con realismo y valor lo que serán para ellos, en un futuro próximo, las exigencias de su vida religiosa. Aprender a franquear generosamente las etapas sucesivas del crecimiento de Cristo en nosotros es tan importante como haber empezado bien, abandonándolo todo para seguir a Jesús, en el momento de la primera llamada que nos condujo hasta e1 noviciado. Esta perseverancia es esencial, ya que de nada sirve empezar si no se llega hasta el final. El Hermano Carlos de Jesús siguió siendo fiel durante toda su vida a este lema familiar que tan caro le era: “Cuando sale uno para hacer algo, no debe regresar sin haberlo hecho.” El todo no consiste en dejar la barca y las redes para seguir a Jesús durante algún tiempo, sino más bien en ir hasta el Calvario, recibir su lección y su fruto, y marchar con la ayuda del Espíritu Santo hasta el cabo de una vida que debe consumarse dentro de la perfección de la caridad divina.


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