Tenemos que convertir a los asesinos también. Mariano PUGA

Por Claudia Paz González – 17 January 2017
(Publicado en CARAS, Chile)

Seis meses antes de sumarse a la misa del perdón organizada por el jesuita Fernando Montes y algunos condenados por violaciones a los derechos humanos en Punta Peuco, fuimos tras sus pasos por primera vez. Ese fue el inicio de un largo viaje al corazón del hombre que encontró a Dios en la pobreza.

En su misa del pasado 8 de enero, el sacerdote Mariano Pugase sinceró ante sus fieles: “Me sentí basureado”. Se refería a la alta exposición mediática que logró tras haber asistido a la misa del perdón organizada por el jesuita Fernando Montes en vísperas de Navidad en el penal de Punta Peuco.

A las críticas de diversos sectores de la sociedad se sumó el ruego de sus colaboradores y vecinos de Villa Francia, donde vive, que día tras día, fueron a su casa para pedirle que no asistiera. Pero él entonces siguió adelante. Sin embargo, transcurrida una semana del hecho acusó recibo de la presión y se retiró a un monasterio, donde estuvo orando por tres días. Durante ese tiempo repasó varias veces la Carta de San Juan.

“El que odia a su hermano es un asesino. Verdad, justicia, reparación y conversión. Por eso les pedimos a esos asesinos que se conviertan…”, dice ahora a modo de explicación frente a los feligreses. Pero a estas alturas, esa visita a la cárcel, ya es una anécdota más de la incansable actividad del cura Puga.

Ni la tos impertinente que a ratos afecta la potencia de su voz. Tampoco los 85 años que está lejos de aparentar. Menos aún la apatía de los católicos que mundialmente han dejado de ir a misa. A Mariano Puga Concha no hay nada ni nadie que pueda detenerlo. Dueño de una energía desbordante, el creador de la Bolsa de Cesantes de la Vicaría de la Solidaridad que ayudó a miles a soportar la crisis económica de los ’80; sigue un ritmo de vida sorprendente. Su objetivo está a la altura de las grandes misiones que emprendió a lo largo de su vida, siempre al lado de los postergados. Por eso, cuando muchos pensaron que Chiloé sería la última de sus destinaciones, sorprendió a todos regresando a la emblemática Villa Francia, donde llegó a vivir en la misma casa que lo vio nacer como líder espiritual en los ’70.

Apenas un par de cuadras separan a la vivienda, cuya puerta siempre está abierta, de la parroquia Cristo Liberador. Ahí, en nuestro primer encuentro, somos testigos de su adrenalina en un gélido domingo de agosto. La noche anterior viajó en bus desde Puerto Montt a Santiago y aunque apenas dormitó en el trayecto, se mueve de un lado para otro de la iglesia supervisando los últimos detalles de la misa que empezará en dos horas.

“Aquí están todas las respuestas”, dice, mientras pone la Biblia sobre una mesa de madera. Al abrirla, aparece una foto de sus padres Mariano Puga Vega y Elena Concha Subercaseaux que por algunos segundos lo emociona. “Ellos fueron mi gran inspiración”, reflexiona susurrando.

Descendiente de Mateo de Toro y Zambrano, abandonó la carrera de arquitectura, una novia y una situación acomodada para vivir como un pobre más; no le gustan las entrevistas. Sin embargo, desde que regresó a la Villa, hace casi dos años, todas las semanas tiene una lista de peticiones que incluyen notas de prensa, seminarios de título, tesis e investigaciones. Algo que si bien habla de su legado pastoral, prefiere evitar a toda costa.

“Como soy el último sobreviviente de los curas obreros todos vienen a mí, pero hay que dejar que hablen otros, como Felipe Berrios que está haciendo un tremendo trabajo en el norte”, se justifica la mañana de la inauguración de la biblioteca Roberto Bolton, en honor al histórico párroco de Villa Francia. A pocos metros, un grupo de estudiantes, cámara en mano, lo espera para intentar convencerlo de participar en un documental y su hermana Josefina mira la escena emocionada.

“Desde pequeño tuvo una vocación muy profunda. Era el más entusiasta en ir a jugar con los niños del campamento. Aquí lo veo feliz”, comenta. Aunque encontró una Villa Francia muy distinta a la que dejó a fines de los ’80, sigue siendo el mismo. “Esta Iglesia en vez de ser la que une a las distintas capas sociales, se adaptó al sistema. Hay unas para los del barrio alto y otras para los pobres. Dejó de ser algo multirracial y cultural como Cristo quería. Es por eso que nuestro camino va en ese sentido. La intención es que Villa Francia con su propia historia pueda transformarse en un espacio de encuentro. Aquí lo que se está produciendo es una integración de realidades muy distintas. Jesús no vino para que nos juntáramos con nuestros pares sino para que aprendiéramos a compartir entre todos”.

No recuerda cuándo fue la última vez que usó zapatos o calcetines. Sus pies descalzos, apenas cubiertos por unas ligeras sandalias, son lo primero que llaman la atención entre quienes recién lo conocen. Sin embargo, pasan a segundo plano al verlo en acción. Vestido con hábito blanco y una colorida estola, toma el acordeón para dar inicio a una misa única en el mundo. Puede que los fieles no alcancen a llenar la iglesia y que el frío ahuyente a muchos, pero su entusiasmo no declina. Al contrario, va creciendo, al ritmo que los asistentes se van sumando a la ceremonia.

“Faltaba la presencia de ustedes aquí”, les canta a quienes asisten por primera vez y que por regla deben presentarse. Los minutos transcurren mientras unos niños revolotean alrededor y dos perros se acomodan en un rincón de la alfombra. Manano, como le dicen sus familiares y amigos, insiste en la importancia de traer la Biblia y bromea: “Por qué será que los que están a la izquierda son los que menos la traen”.

Después de leer la carta de los Efesios del Nuevo Testamento, pregunta quién fue a la marcha contra las AFP y pese a que más de la mitad de los cerca de 50 asistentes levanta la mano, en su rostro hay un dejo de decepción. “A qué creen que vino Jesús al mundo. ¡A hacer política!”, exclama. “Para cambiar las cosas hay que salir a la calle. Todos tenemos que movilizarnos, no puede ser que el sistema siga exprimiéndonos”, reflexiona. Entre cántico y cántico, invita a vivir el Padre Nuestro. “Es fácil rezarlo, repetirlo una y otra vez, pero como cuesta mucho vivirlo, hay que vivirlo”, cuestiona, mientras invita a la audiencia a rodear el altar.

Uno de los perros se ubica a su lado y él lo mira con cariño. Largos minutos de silencio que anteceden al momento de la paz y la comunión, donde no hay ostias sino un pan que se va repartiendo entre los fieles que beben de la misma copa de vino. Todo, tal y como Jesús les enseñó a sus apóstoles.

Como fundador de la parroquia Universitaria fue pionero en dejar de hacer la misa en latín y de espaldas para celebrarla en castellano y de cara a los fieles. Hoy, su meta es convertirla en una verdadera fiesta de Dios. Al terminar el desayuno comunitario que sigue a la misa, me atrevo a preguntarle si sus prédicas siempre fueron así. “Y por qué crees tú que me detuvieron”, responde, mientras bebe un té, y lanza una risa. Está cansado de hablar de esos años en que conoció “el lado más oscuro del ser humano”. Pero es evidente que si algo le dejó su paso por Villa Grimaldi y el campo de detención de Tres Alamos fue una convicción a prueba de balas.

Aunque él prefiera llamarla “porfía” y recuerde un episodio adolescente para explicar su origen: No tenía más de 15 años cuando su padre , destacado abogado, político y diplomático, le ordenó que fuera hasta La Moneda a conseguirle una audiencia con el presidente de la República. Al llegar, la guardia de palacio le dijo que el mandatario estaba muy ocupado para recibir a nadie, así que decidió regresar a su hogar con la respuesta. Su padre lo escuchó y lo mandó de regreso a palacio en busca de la cita. Tras el segundo intento no sólo logró su cometido sino que aprendió una lección que jamás olvidaría —ser perseverante—y que décadas después lo impulsaría a ir a pedirle explicaciones al general Augusto Pinochet por las muertes, desapariciones y torturas de la dictadura.

En uno de los innumerables domingos en Villa Francia, casi al final de la ceremonia, se tomó largos minutos para alabar la obra del Papa Francisco y pedir a todos que oren por él para que “avance en su camino de traer a la Iglesia de regreso a los pobres”. Su petición es recurrente, dicen quienes trabajan en la comunidad junto a él, muchos de los cuales han tenido acalorados debates en torno a la figura del Pontífice que Puga defiende a brazo partido. Para quien ha sido perseguido por su ideario progresista e incluso vetado en el Seminario Mayor, semillero de futuros sacerdotes; la llegada de Jorge Bergoglio fue una grata sorpresa.

—Después que el Papa tildó de ‘zurdos’ a los fieles de Osorno que cuestionaban el nombramiento de Juan Barros y se mostró partidario de la demanda marítima boliviana muchos empezaron a hablar de su actitud “antichilena”, e incluso le pidieron que no visite Chile.

—Hay que poner las cosas en su contexto. Yo al Papa le besaría los pies. Mira todo lo que está haciendo. Hay que rezar por él para que esté protegido de las fuerzas oscuras que rondan el Vaticano y pueda seguir recuperando esa Iglesia del Evangelio, cuadrada con los pobres. Esa es la verdadera. Me llama mucho la atención que todos dicen que lo admiran, pero nadie lo imita. Con respecto a Bolivia, pero obviamente hay que darles mar. Si hay que ver los términos de esa guerra de conquista en que los hermanos del altiplano perdieron la soberanía. Yo también los apoyo en su derecho que es absolutamente legítimo.

Días después estará tomando un avión a Cuba. Su quinta vez en la isla ocurre apenas días antes de la muerte de Fidel Castro. Para él que fue parte de los Cristianos por el Socialismo, la muerte del líder de la revolución es motivo de reflexión. “Alguien que gobierna más de cinco décadas y no es capaz de formar líderes sencillamente no está bien. Hay que combatir tanto el totalitarismo como el personalismo”.

Esa es la razón porque uno de sus objetivos es preparar a los laicos de la comunidad para que en el futuro, cuando escaseen los sacerdotes como anuncian varios estudiosos del clero; puedan ser ellos los que animen la fiesta dominical. Aunque entre los miembros activos de la comunidad hay quienes cuestionan la velocidad con que intenta implementar los cambios, todos consideran que el regreso de Mariano Puga es un regalo. Por eso, más de una vez le han pedido que cuide su salud. “Voy a morir cuando tenga que morir pero no voy a dejar de hacer nada”, les responde.

Aunque en ese momento no lo sabía, el viaje al Caribe fue como la calma que antecede al temporal. Al poco tiempo de regresar a Santiago, recibió el llamado del sacerdote Fernando Montes para asistir a una misa en Punta Peuco junto a diez condenados por delitos de lesa humanidad ocurridos en dictadura y su respuesta fue inmediata.

“Nunca pensé en decir que no ir”, reconoce 24 horas después de la polémica liturgia que lo enfrentó a algunos que fueron sus compañeros de curso en la Escuela Militar. El ruido del marcapaso delata la tensión que oculta tras su apariencia plácida, pero él no está dispuesto a detenerse. “No entiendo qué pasa en Chile que no somos capaces de creer en el perdón. ¡Qué nos ha pasado!”, reclama.

El primer domingo de enero lo pasó viajando al norte en camión, pero una semana después ya estaba de regreso en la parroquia. Fue el día en que abrió su corazón y confesó haberse sentido basureado. Luego de leer parte de la Carta de San Juan siguió con su prédica: “Ahora que vamos a comer el cuerpo y la sangre de Cristo, es un buen momento para recordar que si amas a Jesús tienes que convertirte. Por eso les estamos pidiendo a esos asesinos que se conviertan. Tenemos que convertir a los asesinos también. No podemos mirar hacia el lado. Hay que vivir el Padre Nuestro de verdad, no sólo recitarlo”.

A pocos metros, un grupo de niños juega debajo de la paloma de madera que cuelga del centro de la parroquia. En cada salto los pequeños tiran de una cadena y el símbolo de la resistencia pacífica de décadas pasadas, abre sus alas mientras en el altar el carismático cura bendice el pan y el vino de la comunión.

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