La Cuaresma orienta nuestro pensamiento, en primer lugar, hacia la imagen del desierto, en el cual Jesús pasó cuarenta días de soledad, o aquel que el pueblo de Dios atravesó andando durante cuarenta años.
Al hermano Roger le gustaba recordar, cuando llegaban las semanas previas a la Pascua, que no era un tiempo de austeridad o de tristeza, ni un período para sentirse culpable, sino un momento para cantar la alegría del perdón. Veía la Cuaresma como cuarenta días de preparación para redescubrir pequeñas primaveras en nuestras existencias.
Al comienzo del evangelio de san Mateo, cuando Juan el Bautista proclama: “¡Arrepentíos!”, él quiere decir: “¡Volved a Dios!”. Sí, durante la Cuaresma, podríamos volvernos a Dios para acoger su perdón.
Cristo ha vencido el mal y su constante perdón nos permite renovar la vida interior. Nosotros estamos invitados a una conversión: no a volvernos hacia nosotros mismos en una introspección o un perfeccionismo individual, sino a buscar una comunión con Dios y también una comunión con los otros.
¡Volvernos a Dios! Es verdad que, en el mundo occidental, para algunos se ha vuelto más difícil creer en Dios. Ellos ven su existencia como una limitación a su libertad. Piensan que deben luchar solos para construir su vida. Que Dios los acompañe les parece inconcebible.
Un día, realicé una visita a nuestros hermanos que viven en Corea desde hace más de treinta años. En el camino, con otro hermano, tuvimos encuentros con jóvenes en varios países asiáticos. Lo que me ha impactado en Asia es que la oración parece algo natural. En las diferentes religiones, la gente tiene espontáneamente en la oración una actitud de respeto, incluso de adoración.
En estas sociedades no hay menos tensiones o violencia que en Occidente. Pero el sentido de la interioridad es quizás más accesible, un respeto ante el milagro de la vida, de la creación, un interés en el misterio, en el más allá.
¿Cómo renovar la vida interior descubriendo y redescubriendo una relación personal con Dios? Existe en todos nosotros una sed de infinito. Dios nos ha creado con ese deseo de lo absoluto. ¡Dejemos vivir en nosotros esa aspiración!
Entre los cantos de Taizé, hay uno que expresa esta espera. La letra es de un poeta español, Luis Rosales, inspirado en san Juan de la Cruz: “De noche iremos de noche, que para encontrar la fuente, solo la sed nos alumbra”. Para muchos el tiempo de la Cuaresma es tiempo de renuncia. No es que la ascesis tenga valor en sí misma. Pero la renuncia puede ayudarnos a ir por delante de nuestra espera más profunda, de nuestra sed de lo esencial, y esta sed iluminará nuestro camino.
Si a veces caminamos de noche, o a través de un desierto, no es por seguir un ideal; como creyentes seguimos a una persona, Cristo. No estamos solos, él nos precede. Seguirle supone un combate interior con decisiones que hay que tomar, con fidelidades para toda la vida. En esta lucha no nos apoyamos en nuestras fuerzas, sino que nos abandonamos a su presencia. El camino no está trazado de antemano e implica también acoger las sorpresas y crear con lo inesperado.
Y Dios no se cansa de retomar el camino con nosotros. Podemos creer que una comunión con él es posible y no cansarnos jamás, tampoco nosotros, de tener que retomar siempre el combate. No perseveramos en él para poder presentarnos ante Dios con nuestra mejor imagen. No, aceptamos avanzar como pobres del Evangelio, que confían en la misericordia de Dios.
La Cuaresma es un tiempo que nos invita al compartir. Nos conduce a aceptar que no hay crecimiento sin consentir las renuncias, y estas por amor. Cuando Jesús estaba en el desierto, movido por compasión hacia quienes le habían seguido, multiplicó cinco panes y dos peces para alimentar a cada uno. ¿Qué formas de compartir podemos llevar a cabo nosotros?
El Evangelio destaca el valor de la sencillez de vida. Nos empuja a un dominio de nuestros propios deseos para lograr limitarnos no por coerción, sino por elección. Es importante hacer una clasificación de nuestros deseos. No todos son malos, pero no todos son buenos. Se trata de aprender a discernir, pacientemente, a cuáles tenemos que dar prioridad y a cuáles dejar de lado. Esta llamada está de mucha actualidad hoy en día no únicamente en el plano personal, sino en la vida de las sociedades. La sencillez elegida libremente permite resistir al consumismo superfluo de los más ricos y contribuye a la lucha contra la pobreza impuesta a los más desfavorecidos.
Sí, el Evangelio nos llama a la sencillez. Elegir la sencillez abre nuestro corazón al compartir y a la alegría que viene de Dios. Durante este tiempo de Cuaresma, atrevámonos a revisar nuestro estilo de vida, no para crear mala conciencia a los que no dan lo suficiente, sino para solidarizar con los necesitados. El Evangelio nos anima a compartir libremente, disponiéndolo todo en la simple belleza de la creación.
(Hermano Alois, prior de Taizé, Atreverse a creer, Editorial perpetuo Socorro, Madrid 2016, 39-42)
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