La segunda llamada. René VOILLAUME

Isla de Saint-Gildas, 17 de marzo de 1957

Aprovecho algunos días de calma en la isla Saint-Gildas para escribiros con alguna extensión antes de Pascua, a fin de comunicaros cierto número de observaciones que se fueron
presentando a mi atención durante estos últimos meses. Se trata de nuestra fidelidad al Señor y a su llamada, tanto en cosas de importancia como en las que no la tienen, tanto en medio del camino ya recorrido dentro de la vida religiosa, como en sus comienzos.

El peligro de la duración, para nosotros, como para toda empresa humana, está en un cierto desgaste del ideal perseguido y del esfuerzo producido para realizarlo, desgaste que nos llevaría a resignarnos frente a una mediocridad dentro de la santidad. Junto con el tiempo y la madurez de los años viene la tentación de un compromiso ante las exigencias sobrenaturales del amor al Señor y las de nuestra personalidad de nombres adultos. Cada año es testigo de la llegada de un mayor número de entre nosotros a esta etapa decisiva de la vida espiritual, etapa en la que debe efectuarse una vez más la elección entre Jesús y el mundo, entro la heroicidad de la caridad y la mediocridad, entre la cruz y un cierto bienestar, entre la santidad y una honrada fidelidad al compromiso religioso. Es a esta misma madurez a la que llega también la comunidad de las Fraternidades. ¿Soy yo el único que sintió este peligro de desabrimiento, y esta angustia ante la grandeza de la obra que Jesús quisiera llevar a cabo a través de sus Hermanitos, al comprobar lo que realmente hacemos respecto a las exigencias de su llamada para seguirle a través del mundo? Me dirijo hoy a los antiguos hermanos profesos más bien que a los novicios o jóvenes profesos, aunque para estos últimos sea también una ganancia examinar con realismo y valor lo que serán para ellos, en un futuro próximo, las exigencias de su vida religiosa. Aprender a franquear generosamente las etapas sucesivas del crecimiento de Cristo en nosotros es tan importante como haber empezado bien, abandonándolo todo para seguir a Jesús, en el momento de la primera llamada que nos condujo hasta e1 noviciado. Esta perseverancia es esencial, ya que de nada sirve empezar si no se llega hasta el final. El Hermano Carlos de Jesús siguió siendo fiel durante toda su vida a este lema familiar que tan caro le era: “Cuando sale uno para hacer algo, no debe regresar sin haberlo hecho.” El todo no consiste en dejar la barca y las redes para seguir a Jesús durante algún tiempo, sino más bien en ir hasta el Calvario, recibir su lección y su fruto, y marchar con la ayuda del Espíritu Santo hasta el cabo de una vida que debe consumarse dentro de la perfección de la caridad divina.


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